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JJ
Celis

martes, 26 de mayo de 2015

El Vínculo que nos une al G.: A.: D.: U.:

El ser humano desde que tuvo conciencia de  la naturaleza que le rodeaba, por su magnificencia, concibió que debió ser creada  por un ser superior, un ente creador, y que por la perfecta armonía de la creación, sujeta a su análisis, sintió que tenía que rendirle, de la forma que fuere, tributo, algún tipo de pleitesía  u obediencia. En ese punto el hombre reconoció que no estaba solo, que existían cosas más allá de su entendimiento, y  todo aquel mundo que se desarrollaba en ese plano impalpable se lo adosó , hizo responsable o creador,  a ese ente que no tenía explicación posible y a su vez reconocía su existencia,  pero no su explicación lógica, y  lo llamo “Dios”.
Ante su complejidad el concepto etéreo de Dios no fue concebido de antemano, es decir los antiguos estaban convencidos de que era un ser real y que se encontraba en algún lugar específico, y al no poder encontrarlo habitando entre ellos aquí en la tierra, por descarte debía habitar sobre ellos, es decir en el cielo, un lugar por cierto inaccesible para todos. Pero quienes dedicaban tiempo para “pensar” esa suerte de cosas superiores que por cierto no eran muchos, más bien pocos, los otros se dedicaban a otras tareas más bien materiales, como cultivar la tierra unos, pastoreo de rebaños otros, algunos se dedicaban al cuidado de la tribu de las asechanzas de enemigos o de animales salvajes, aquellos pocos que dedicaban sus vidas al resguardo del patrimonio de lo sagrado empezaron a llamarlos sacerdotes o “Cohen”  como se les denominan en el Volumen de la Ley Sagrada  que etimológicamente hablando significa  “mediador entre el hombre y Dios”, de allí el génesis de la mayoría de las entidades religiosas conocidas por el hombre hoy día.
¿Pero realmente necesitamos mediadores para comunicarnos con ese ente creador?, cuando descubrimos que dentro de  nuestro cuerpo físico, una vez alimentado con ese elixir vital llamado “misterio” entendiéndose esta última como “conocimiento” una vez que se logra digerir se transforma en aquello que solemos llamar  “sabiduría”, al final de ese proceso digestivo alcanzamos revelar que nuestro ser interior realmente es un templo, etéreo por cierto, sin dejar de ser tan real y verdadero como nosotros mismos.
El ser humano desde la perspectiva del mundo físico o material, posee características muy limitadas en comparación con el resto de los seres vivos, su alcance visual es limitado, su fuerza física no supera la carga del doble o triple de su peso corporal, su potencia auditiva es una de las menos desarrolladas en comparación con el resto de los seres del reino animal, y un largo etc. Pero tiene en su haber un elemento que le ha permitido dominar al planeta por siglos, y ese elemento es  la capacidad de razonar, o lo que comúnmente llamamos raciocinio, esto ocurre, ya por todos conocido, en nuestro cerebro, no voy a entrar en detalle cuando se descubrió, puesto que en la antigüedad creían que todo ello ocurría en otras partes del cuerpo. Pero la capacidad de razonar debía ejercitarse para lograr activarse, debía tener lugar en nuestra mente una serie de “análisis” para llevar a ejecución cualquier acción, para poder lograrlo, por supuesto el hombre de la edad temprana, desconocía el concepto, solo lo hacían, como aquel que busca saciar su sed con agua, desconoce totalmente que reacciones físicas y químicas ocurren en su organismo, él solo sabe que el agua calma su sed.
El discernimiento o el raciocinio que aplica la especie humana le permite reconocer su propia existencia, característica propia y exclusiva de nuestro género, además de separarnos del resto de los seres del reino animal, este discernimiento llamado también inteligencia, tiene cabida en nuestra mente, gracias a las características especiales de nuestro cerebro, explicar cómo logró la naturaleza habilitar al cerebro humano con esas características especiales, se vuelve un tanto cuesta arriba y asegurar que fue logrado por algún hecho fortuito o casual, seria aventurero y pecariamos de grotesco, además de especulativo desde mi punto de vista, aquí lo meramente de interés es que el ser humano posee, por llamarlo de alguna manera, el don del raciocinio.
Toda acción que tiene lugar en nuestro cerebro o en nuestra mente, lo llamamos eventualmente, pensamiento, esa es la forma genérica para denominar toda actividad cerebral cuyo enfoque sea dirigido indistintamente al tipo analítico o de discernimiento, recreativo, es decir ocupar el pensar en cosas triviales, evocaciones del pasado o recordar el pasado, la comunicación que generalmente realizamos con ese ente creador llamado dios y solemos llamarlo orar u oración también ocurre cuando activamos ese don. A toda esa actividad le llamamos repito pensamiento, de manera qué, pudiéramos deducir que, siendo tan importante para el ser humano esa característica tan definida como el pensamiento, ¿realmente esa no será la semejanza con Él? Nadie quizás logre respondernos esa pregunta, al menos en este plano, pero el pensamiento ninguno negará la importancia del papel que juega en nosotros los seres humanos y que todo ocurrió allí en ese “lugar” llamado cerebro y es allí donde se activa ese canal de comunicación llamado pensamiento que nos acerca o nos aleja según nuestro enfoque, hacia la “oscuridad” cuando dirigimos nuestros esfuerzos hacia lo negativo, o, por el contrario si nos animamos hacia la “luz” o lo constructivo podemos estar seguros de que estamos bien conectados con la gracia de nuestro G.:A.: D.: U.:  y tratar en lo posible de tener pensamientos agradables llenos de optimismo hará que ese vínculo resulte la mejor opción para llevar una vida mucho más  equilibrada, mucho más sana, pero sobre todo mucho mas espiritual.          

Ese canal que nos vincula a nuestro creador nos ha permitido desde siempre conocer el papel importante que jugamos dentro de esta pequeña gran capsula llamada Tierra, nos permitió y aun nos lo permite, “enseñorearnos” con respecto a los otros seres vivos, puesto que gracias a nuestra inteligencia podemos “calificarnos de superiores”, empero, tanto como vernos de manera calificada y a raíz de esa calidad como entes superiores creernos que podemos ser dueños del planeta sería una forma errada de mirarnos a nosotros mismos, antes de calificarnos de superiores debemos cualificarnos como entidades superiores, es decir preguntarnos si poseemos las cualidades necesarias para ser entidades superiores, y, en la medida en que esa cualidad persista dentro del marco del reconocimiento de que toda acción producida por los “seres superiores” en la naturaleza indefectiblemente para bien o para mal repercutirá en nosotros tarde o temprano. Para finalizar, podemos eventualmente observar al mundo animal, ellos a pesar de su razón netamente instintiva, no deja de ofrecer un mundo de aprendizaje que pudiéramos aprovechar, puesto que cohabitan en perfecta armonía con el ambiente que le rodea y nosotros aun teniendo el don del pensamiento y  del raciocinio, es decir todo aquello que nos vincula a nuestro ente creador, seguimos con la eterna tarea de destruir nuestro único hogar, la Tierra.

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